lunes, 5 de julio de 2010

de cómo empieza todo

Una noche soñé que corría por un campo entre amapolas y otras flores silvestres. Zumbaban las abejas que liban miel y cantaban los pájaros afanados en elaborar sus nidos. Quise detenerme a seguir el itinerario de una fila interminable de hormigas pero el sonido de los ladridos cada vez se escuchaba más lejos de modo que supe que tenía que acelerar un poco más el paso si quería alcanzarlas. Las encontré después de bajar una ladera, tumbadas a la sombra, descansando con la lengua fuera. Tenían ese gesto risueño que me encanta en los animales y recuerdo haberlas llamado menina y dulcinea.

La infancia es así, un campo verde en primavera, unas risas entre aromas florales y el trinar vívido de los pajarillos. Guardamos en la memoria más imágenes hermosas de las que creemos, son recuerdos que siempre andan ahí, al acecho, y aparecen de pronto cuando menos te lo esperas, como unos compañeros secretos de viaje.


Este sueño viene -seguro- de un cuento que tenía de pequeña y cuyas ilustraciones me fascinaban.


Youpi et Caroline, de Pierre Probst (Les Albums Roses, 1953), el mío muy estropeado de haber pasado horas y horas viéndolo.

Los nombres, que fue una suerte recordar, Menina y Dulcinea parecen un poco compendio de todo: dulcinea, de lo de casa, el bagaje cultural que nos envuelve, la historia viva en nuestros muros y en las páginas de nuestros libros. Y menina, de lo foráneo, de lo extranjero y sin embargo cercano en cuanto cruzas las fronteras.

Así nace este pequeño proyecto, a modo de colección, como una caja de recortes donde guardar recuerdos e imágenes y otras cosas bellas. Un hilo de algodón retomado de la infancia para hacernos estos días más suaves, más cálidos, más felices.

1 comentario:

Olivia_p dijo...

me parece chulísimo este blog y se respira verano por todo él, precioso, te enlazo